Roca - 139 Años

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31/08/2018

Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia

Foto: Archivo familiar.
Foto: Archivo familiar.
Durante décadas vistió a cientos de mujeres que contraían matrimonio en Roca. La historia de una verdadera "artista", una apasionada de su profesión.

Con 87 años recién cumplidos y más de mil vestidos de novia confeccionados, Lidia Majo nos abrió las puertas de su casa dispuesta a compartir su historia de vida. Mate de por medio y con muy buena predisposición, rememoró su trayectoria de modista.

Gasa, raso, hebras, alfileres, plisados… Novias, madrinas, ¿Qué me pongo? ¿Me queda bien? ¿Cómo estoy? El “chis chis” nervioso de los últimos retoques… Y la ceremonia y la fiesta que esperan…

De todos estos murmullos está llena Lidia Majo. Porque por más de cincuenta años se dedicó a la costura, y especialmente a vestidos de novia y ropa de fiesta.

Acompañó a las mujeres en un proceso de transformación, porque con esa idea llegaban a su casa, a su mundo de volados, hilvanes, lazos y bocetos… Querían transformarse, ser únicas en un momento inolvidable de sus vidas. Lidia sabía eso. Las entendía muy bien, y no descuidaba ningún detalle: entre cortes al bies y costuras francesas se introducía en todos los entretelones.

Vestido, peinado, calzado, maquillaje. Todo pasaba por su refinada supervisión.

Y allí comenzaba su obra de arte, una pieza única pensada para ese cuerpo, creada en base a la personalidad de la clienta, pero siempre con su toque singular.

La historia

De niña, Lidia quería dedicarse a la pintura, pero sus padres eligieron este oficio para ella. No se desalentó. Con dedicación y esmero convirtió aquella negativa en una gran oportunidad: desde los 14 años volcó todo su caudal artístico a esta tarea y así consiguió unir de alguna manera su deseo de pintar con su habilidad para coser.

Es que ella pintó con tela sobre cada cuerpo, estampó belleza, color y textura con los géneros. Tuvo una visión artística de sus creaciones, podía anticipar la obra de arte y saber cuál era la mejor para cada persona.

Trabajaba con sutileza los volúmenes, las transparencias, la superposición de tonos, el degradé… La noción de ruido, peso, luz y rugosidad, todos estos atributos del artista, no escapaban a las confecciones de esta modista/diseñadora.

Conocía a la perfección la resistencia de distintos géneros al movimiento, el uso de las gamas de colores para resaltar la piel, y tenía una capacidad especial para mostrar lo más atractivo y esconder con astucia lo que menos favorecía.

Tampoco se olvidaba de la comodidad, una condición tan importante para lucir mejor un diseño. La elegancia, la discreción, la moda, y por qué no, el presupuesto.

Lidia combinaba todos estos elementos con inteligencia y sutileza y lograba en cada prenda una verdadera pieza de colección, única y perdurable.

Sí, ella pintaba, esculpía sobre los cuerpos, pintaba con telas, repujaba ilusiones, y a lo largo de todos esos años de trabajo, le puso metros de género a los sueños de tantas mujeres de Roca y del Valle.

No era sólo la “modista”, era la artista que embellecía, que agasajaba con su talento… Y era la persona afectuosa que se comprometía con su clienta, la acompañaba, la ayudaba y así, lentamente, se introducía en el terreno de los sentimientos para quedarse. Lidia se mezclaba entre los afectos y los buenos recuerdos de sus clientas, y se volvía esa amiga entrañable que “fabricaba” una mujer espléndida, y que a partir de allí, formaría parte indivisible de las fechas memorables.  

Lidia rescata especialmente su relación con la gente que llegaba a su casa: “Para mí fue una gran carrera. Yo las asesoraba para comprar las telas, las acompañaba a la iglesia. Nunca lo sentí como un trabajo obligado y rutinario, porque no tenía nada de eso. Cada persona que llegaba era alguien especial, con quien nacía un vínculo. A mí siempre me gustaron los vestidos de novia y me encantaba vestirlas. Recuerdo llegar a la iglesia y que esté la calle Sarmiento cortada por los autos que se detenían para ver ingresar a la futura esposa”.

“Si tengo que decir algo, yo con mi trabajo estoy ´chocha´”, relata.

Lidia Majo nos recibió en su casa y compartió sus historias.

 

Y con todos los recuerdos a flor de piel, también nos contó que se retiró hace unos años y ahora se dedica a otras cosas. Disfruta de sus nietos, de sus hijas y del tiempo libre. Compró una computadora y pasa buen tiempo allí. Lee diarios, algunos temas de interés, usa Facebook, pero nada de mirar sitios de moda o costura.

“Se cerraron las máquinas. Están ahí descansando hace un tiempo, ocupando el espacio. Ya no hago nada de costura, es una etapa cerrada”, y se ríe al decir que yo no se acuerda ni cómo hacer un molde.

Más de cincuenta años vistiendo novias y toda una figura en la comunidad de Roca.

"Gracias Lidia Majo, gracias modista, diseñadora, amiga. Gracias por tu arte… y por tu parte", es el sentimiento de todas las novias que difrutaron de su delicada compañía.

 


La anécdota memorable

En sus comienzos, Lidia vivía en una chacra, y había terminado uno de sus primeros trabajos.

El vestido de novia estaba planchado, preparado y listo para lucir, esperando en su habitación que la dueña fuera a retirarlo.

“Pero me olvidé de cerrar la puerta, y yo tenía un gatito de mascota. Entonces, cuando llegó la novia, lo que era un largo manto de tul, había quedado hecho un bollito de tul, porque el gatito había jugado toda la mañana con el vestido. Y bueno… tuve que dar la cara, cortarlo, y la novia, llevar en vez de un largo manto de tul, un breve y ´delicado´ detalle de tul”.

Los recuerdos la hacen reír con ganas.

Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia
Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia
Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia
Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia
Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia
Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia
Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia
Lidia, la artesana de los mil vestidos de novia