Polideportivo

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11/07/2020

La gimnasia y la enseñanza, pasiones en la vida de “Beto”

"Beto" y sus gimnastas. La Escuela Patagonia tiene 32 años de vida.
"Beto" y sus gimnastas. La Escuela Patagonia tiene 32 años de vida.
Alberto De la Rosa lleva casi cuatro décadas en la educación y hace 36 sembró la semilla de la disciplina en la zona.

Es dinámico, eléctrico, apasionado. Disfruta al máximo de todo lo que hace y eso se aprecia en sus palabras y en el tono de las mismas. Como en muchos casos, es conocido más por el apodo que por el nombre. El documento dice Alberto De la Rosa, pero para la sociedad roquense es “Beto”. El mismo que dio lo máximo y mucho de su vida por la difusión y la trascendencia de la gimnasia artística, el que se siente muy orgulloso de su familia y el que se motiva al máximo a la hora de tocar el bajo y en pensar en la paz que logra en la montaña y sobre un kayak.

La charla con el reconocido y experimentado profesor de Educación Física es más que rica y se podrían sumar horas y horas de diálogo entre anécdotas, desafíos, objetivos, logros y recuerdos. Esta vez, dura lo suficiente para resumir una vida llena de pasiones y con el tiempo indispensable para preparar un nuevo encuentro virtual con su grupo de música, Vuléband, el mismo que le realizó un inolvidable tributo al grupo sueco Abba en 2018.

“Estamos viviendo una etapa dura, difícil, pero hay que ver que pasará luego. Todo es nuevo para todos. No es sencillo tener el gimnasio cerrado y seguir pagando impuestos, pero es algo que le está pasando a todo el mundo y uno es consciente de ello. No se sabe cuándo pasará y creo que la gimnasia no volverá a ser la misma luego que superemos la pandemia”, abrió el diálogo, respondiendo sobre cómo está viviendo la cuarentena.

Alberto nació el 25 de noviembre de 1960 y tiene 59 años. La infancia la disfrutó en la zona de chacras, en Padre Alejandro Stefenelli, junto a papá Atila De la Rosa (trabajador bancario) y mamá Ida Adela Cerutti y sus tres hermanas menores, Stella Maris, Mariela y Silvina.
El presente lo tiene junto a la compañera de casi toda la vida,  Diana (ella es docente, se conocen desde los 14 años y se casaron en 1983), madre de sus tres hijos: Matías (32), Ezequiel (30 y viviendo en Bélgica) y Juan José (21).



La niñez lo tuvo corriendo y trepando árboles en la zona de chacras, lejos de cualquier deporte. Su padre llegó a trabajar casi todo el día, repartiendo el tiempo entre el Banco Nación y las tareas administrativas en el San Miguel, Domingo Savio y el nocturno de la Escuela 32 y mamá estaba en casa con el resto de las tareas.
Hasta quinto grado, la escuela primera tuvo a “Beto” asistiendo al colegio San Miguel y luego pasó al Domingo Savio. Allí también vivió la secundaria. Con apenas 16 años, el quinto año ya era historia y llegó el tiempo de pensar en lo que venía.

“De chico no sabía de educación física hasta que llegué al Savio. En el San Miguel no se daba y no tenía conocimiento de deportes. En lo individual pasé por el atletismo y las artes marciales, como karate, sipalki y judo, pero nunca me destaqué ni pensé en dedicarme a uno de ellos. Recuerdo que en el Savio, ya en el secundario, el profesor Carlos Vila realizó un evaluativo de gimnasia, con el cajón, salto y me fue bien en esa prueba y entre en un grupo de gimnasia. También estaba con el básquet y leí mucho sobre la disciplina por venir de una familia ligada a ella. En el secundario, siempre con el grupo de amigos, era tiempo de subirse a la aurorita y pedalear hasta el San Miguel, entrar y jugar en la cancha del colegio. Pero todo por disfrutar y nada pensando en meterme de lleno en la práctica”, inició con los recuerdos “Beto” a quien le resta muy poco para jubilarse en la docencia.

La idea de una carrera ligada al campo, luego los números y el final en el gimnasio
La constante repetición de “no” estar ligado a la educación física, el no destacarse en lo deportes ni proyectarse en los mismos, lleva a la interrupción y las ganas del entrevistador de saber entonces como terminó siendo profesor de Educación Física y la respuesta de “Beto”, con sonrisa de por medio, es automática, rápida y contundente. “Fue un amor a primera vista y tiene su explicación. Con mi tío Miguel Cerutti disfrutaba mucho de ir al campo, estar allí y pasar lindos momentos. Era agrimensor y pensé en seguir esa carrera y me fui a Bahía Blanca y lo intenté, pero no seguí. Luego pasé a estudiar en el profesorado de Matemática y Física, pensando más que nada en tener una buena preparación para volver a intentar con Agrimensura, pero no se dio. Hasta que un día, mi tío se va a Viedma de viaje, me lleva y mientras él realizaba sus trámites caminé por el centro y veo el Instituto, con muchos chicos que estaban rindiendo para ingresar y fue amor a primera vista. Enseguida entré, pedí los papeles de ingreso y comencé a prepararme para el examen de ingreso. Era terrible, había que hacer de todo, correr, nadar, saltar y había que llegar bien preparado. Ya conocía al Bocha Calvo y juntos preparamos todo. En ese tiempo estaba la pista de atletismo de las 827 Viviendas, con cajón de salto, para salto con vallas, lanzamiento de martillo y demás y allí entrenamos mucho. Fueron tres años a full, con prácticas por la mañana, intensas, y teoría por la tarde. Era un internado y me fue bien. Fui escolta de la bandera, con Bocha como abanderado y un año antes había pasado por la bandera Mario Cesarin, otro roquense que estudió allá. Una etapa muy linda”, contó Alberto, quien para su cumpleaños número 21 ya tenía en su poder el título de profesor de Educación de Física.



A enseñar, a ganar experiencia

En el regreso a casa, el nuevo objetivo fue poner en práctica todo lo aprendido. Y el arranque no fue sencillo, pero con el paso del tiempo, “Beto” lo ve como experiencias que sirvieron de mucho.
“Me dieron unas horas para trabajar en el hogar José Hernández, con chicos que estaban alojados allí, muchos con problemas de disciplina y que habían  estado en situaciones delictivas y otros problemas. Imagina está situación: varios de ellos tenían 17 y 18 años y yo 21. Fue todo un desafío. Salía a correr con ellos y no fue para nada sencillo, pero con el paso del tiempo todo fue mejorando.  También trabajé horas en el hogar Patronato y la Escuela Especial 13. Luego, con el padre Emilio, logré ingresar al Domingo Savio y en la Escuela Nº 128, establecimiento por el que guardó un recuerdo muy especial. El cargo lo retuve 14 años y no olvido todo el apoyo que tuve. El cariño fue muy grande y el acompañamiento de los padres merece destacarse. Todo era sencillo, con gente muy humilde, pero con un corazón enorme. Hacían de todo por conseguir las cosas que faltaban. Un día, a puro machete, un padre me hizo un palo para sóftbol y así, con el resto de cosas, logrando conseguir lo necesario. Eso es inolvidable”, siguió acudiendo a su memoria un emocionado Alberto.



En 1995, De la Rosa llegó a la Escuela del Sur, la misma que ya tenía la presencia de sus hijos. Hoy, el presente lo tiene en la Escuela Nº 371, tratando de actualizarse a muchas cosas, pero con la misma pasión y ganas que tuvo desde el momento que eligió su profesión.
“Volver a dar clases no fue sencillo. Y lo hizo con miedo, miedo por ser más viejo, el más grande del grupo de profesores y porque el aprendizaje es constante y hay que actualizarse. Hay cosas que todavía cuestan incorporar (risas), pero el recibimiento fue muy lindo y es una experiencia hermosa. Todo sigue cambiando, son otros tiempos, pero el trato es de igual a igual y eso ayuda mucho”, contó “Beto” sobre su hoy en la educación.

La gimnasia, una gran pasión
La llegar a su etapa de entrenador de gimnasia hay que regresar a Viedma, a los estudios terciarios y a su protagonismo como gimnasta. Y esa es una etapa que “Beto” recuerda con mucha felicidad. “En el Instituto fui escolta, pero me esforzaba mucho por estudiar y aprender, pero no me consideraba bueno ni me destacaba. Todo era ganas y esfuerzo. Y por entonces estaba el Círculo de Gimnasia, en el que tuve de compañero a Cacho Collueque y allí encontré mi lugar de pertenencia. Me gustaba y me sentía muy bien. Y con gracias a eso conocí muchos lugares. No había competencias, pero sí exhibiciones y fuimos a Carhué, Comodoro Rivadavia, Puerto Madryn y otras ciudades. Ya en mi último año, con la creación del Institutito, que fue la primera escuela de gimnasia, hallé un lugar para trabajar los fines de semana. Era una tarea voluntaria, con chicos y chicas, tratando de enseñar lo que uno sabía y estaba aprendiendo de la disciplina. Ese fue el inicio con la gimnasia”, repasó De la Rosa.



Y con ese aprendizaje, ya en Roca y en la etapa del Domingo Savio, le llevó la inquietud al padre Emilio. “Le conté la idea y me abrió las puertas para armar algo los fines de semana, los sábados, de 9.30 a 12 y todo fue creciendo y creciendo. Se fueron sumando chicos y chicas y el entusiasmo creció. Y clave fue la Fiesta de la Educación Física que realizábamos a fin de año. Nació una idea de armar algo, una charla con otros profesores y desde las escuelas comenzaron a enviar a los chicos. Se armó un gran grupo y la fiesta se llevó a cabo con más de 100 chicos y chicas en el Luis Maiolino de Deportivo Roca, todos vestidos de blanco, realizando una exhibición”, recordó Alberto.

La motivación fue en ascenso, como el entusiasmo y las ganas por avanzar. “Seguí tres ó cuatro años con mi tarea ad honorem en el Savio, los sábados y mi entusiasmo me ganaba. Fui indagando y no había nada de gimnasia, ni registros. Faltaban recursos y elementos, como colchones, pero me la jugué. Fui a Del Progreso y por un contacto que me hizo Bocha (Calvo) con Mauricio Carosanti, presenté la idea y gustó. Pero no fue sencillo. Era lindo estar bajo techo, protegidos, pero complejo armar y desarmar en cada clase. Se iba el tiempo de la misma haciendo eso. Así fueron tres años en el club, entre 1985 y 1987, haciendo un gran esfuerzo también por conseguir los elementos. Tenía entre 25 y 27 años, era joven, con muchas ganas y fui comprando todo. Ahorrando, buscando por acá y por allá. Y teniendo el gran respaldo de mi esposa. Con decir que un día salí en auto y volví sin él a casa. ¡Lo vendí para comprar una asimétrica y ella me bancó todo! (risas)”, contó “Beto”.

Nace Patagonia, la Escuela, su segunda casa
Las complicaciones y los obstáculos estuvieron lejos de poder con la pasión de “Beto” por hacer crecer una disciplina casi desconocida en la zona. Y en 1988 se la volvió a jugar y le dio forma a un proyecto que hoy es reconocido a nivel local, regional, provincial y nacional: el nacimiento de su propia escuela, el nacimiento de hoy Escuela Patagonia, por entonces Centro de Estudio de Gimnasia Deportiva Patagonia.
“Nos mudamos a unos galpones en Chacabuco y Moreno. Llevamos unos diez colchones y otros aparatos y le dimos forma a otra etapa. Eso fue en marzo de 1988 y con el apoyo de gente que me dio una gran mano. Todo fue muy loco y en lo personal estaba muy enganchado, diseñé el logo, los colores, le puse el nombre y no podía faltar mi Patagonia, a la que tanto quiero. El intento era importante, había que ser creativo, innovador y todo no hubiera sido posible, y lo repito seguido porque merece ser destacado, de mi esposa. No había nada en el país fuera de los clubes y todo pasaba por ello y ahora era algo privado, una idea propia. Nos animamos, contra viento y marea”, destacó “Beto” sobre el inicio de una historia que hoy sigue a paso firme, creciendo día tras día.



El siguiente paso fue darse a conocer y “Beto” y su entorno, como siempre, no dudaron en ir por el mismo. “Difundir era la meta. Los fines de semana nos subíamos a un camión, cargado con la viga, trampolín y demás y salíamos a recorrer lugares con exhibiciones. Estuvimos en Allen, Choele Choel, El Chocón, Río Colorado y la Línea Sur y por suerte, en algunos lugares, la idea prendió y se engancharon. Y luego fue ir por más y había que armar una Federación. En 1990 conseguimos un quincho, en calle Sarmiento, para reunirnos y pensar en ello. Allí tuvimos la primera reunión y la misma contó con el CEF de Bariloche, Cipolletti, Cinco Saltos y Patagonia. Y una cosa lleva a la otra y ya trabajamos en la personería jurídica de la Escuela para poder tener voto y sumar. En los primeros cuatro años, entre 1990 y 1994, fui secretario y hubo días y noches de escribir mucho, todo a mano y luego fue vicepresidente y luego presidente y todo ad honorem, buscando que la gimnasia siga creciendo y que todo el esfuerzo realizado tenga valor”, agregó Alberto.

Fue otro desafío grande para “Beto”, otra tarea compleja, pero sabía que era vital seguir avanzando y así lo hizo. “A la Federación me la cargué al hombro, viajando mucho, quitando tiempo familiar, con hijos muy chicos, pero no había otro camino. Era subirse al colectivo y viajar mucho. Era ir al Cenard una vez por mes, estar, escuchar y buscar ser escuchado y volver a subirse al colectivo para estar el domingo en casa. Fueron años y años de ir e ir e insistir para lograr que la Federación tenga voto y sea tenida en cuenta. Y de tanto hacerlo se fueron logrados cosas y en lo personal logré ser tenido en cuenta por Luis Díaz Bancalari, ya fallecido y quien fue presidente de la Confederación Argentina de Gimnasia por 35 años. Tuvo en cuenta mi opinión, me consultaba y hubo aprecio. En definitiva, el objetivo se logró. Me traía actualizaciones y recursos que apuntaban al bien de todos. No era de guardarme lo logrado y quería compartirlo con todos. Se pudo obtener una pedana olímpica que recién fue cambiada en 2019 y también se conseguía mallas, buzos y otros elementos. Algunos, por ejemplo, estaban guardados en el club Del Progreso y se perdieron en el incendio que sufrió la institución.

“La gimnasia me atrapó”
Alberto le puso corazón, alma y vida a todo lo relacionado con la gimnasia y la enseñanza y eso se manifiesta en todo su relato. “La pasión se vive piel para dentro dice un cuento y es así. Todo ese esfuerzo valió la pena, fue ad honorem, poniendo lo mejor y logrando que hoy la Federación esté fuerte, con instituciones afiliadas y disfruto de ello. Volvería hacer todo igual, volvería a repetir la historia. ¿Mi familia? Siempre estuvo, siempre apoyó y hoy tengo hijos grandes que no tuvieron a su papá en cumpleaños y otros momentos, por viajes, torneos, sin fines de semana, pero nunca me pasaron factura. Ellos y mi esposa son geniales”, afirmó “Beto”.



Sus ganas por seguir aprendiendo no se detuvieron y sumó más de 100 cursos y 80 fueron sobre gimnasia. “La gimnasia me atrapó. Ya en Del Progreso pude realizar viajes para capacitarme que me ayudaron mucho. Por ejemplo, pude ir a Rosario y recibir mucha información. Como también conocer a gente que siempre aportó, como Fernando Molinari, el papá de Federico (NdR: finalista olímpico en anillas en Londres 2012). Todo fue sacrificio, pero no me quejo. Puedo vivir de algo que me apasiona. Recién en los últimos dos ó tres años bajé un cambio y comencé a delegar. Sentía que no podía largar, pero lleva entre 10 y 12 años preparar a una gimnasta para llegar al nivel más alto y había que comenzar a pensar en darles lugar a otros entrenadores. Disfruto de estar con los más chicos. ¿Sí tuve ganas de dejar en algún momento? Nunca, pero sí me amargaban las lesiones de los chicos y a veces los problemas que surgían cuando los padres decidían cambiar a las chicas de club por decisión propia, por problemas que era de grandes y no de las gimnastas”, agregó “Beto”.

“Los recuerdos de los chicos y el reconocimiento de los padres son más importantes que las medallas y los podios”
El trabajar con chicos y chicas, de diferentes edades, es una responsabilidad muy grande y De la Rosa ya lleva 32 años asumiendo esa tarea en la Escuela Patagonia. No es una tarea sencilla, nunca lo fue y el experimentado profesor lo sabe.
“Es un buen tema para tratar y para nada sencillo. Es algo sensible y uno sabe que han sucedido cosas tristes en el ambiente deportivo y el de la enseñanza, pero esa responsabilidad la asumí desde muy joven y los padres siempre tuvieron confianza en el trabajo de uno. No es sencillo viajar con chicos y chicas, ir en tren, subirse un colectivo, compartir varios días, estar atentos a los problemas que surgen y uno tiene que estar a la altura de esa confianza que da la familia. Esta profesión trabaja con seres humanos, con sentimientos y en este caso con chicos, se aprende con ellos y es la etapa de formación, de enseñanza y lo que uno pueda aportar, en el buen y mal sentido, les queda para siempre. Por eso es clave tomar todos los cuidados necesarios y aprender y mucho a tratarlos y cuidarlos. En ese sentido, siempre trabajé con mucha tranquilidad y me pone muy feliz cuando un ex alumno o ex gimnasta se acerca y me saluda o agradece lo vivido. Los recuerdos de los chicos y el reconocimiento de los padres son más importantes que las medallas y los podios. Yo recuerdo más ello que los resultados”, destacó Alberto.



Luego de esas palabras no hace falta hablar de nombres ni resultados. La Escuela Patagonia ha brillado y lo sigue haciendo, a nivel provincial, regional y nacional, consiguiendo innumerables títulos, podios, medallas y tareas sobresalientes en lo individual y por equipos. Para “Beto” sería injusto dar algunos nombres y olvidar a otros porque, por suerte, son muchos, pero porque además prefiere quedarse con lo que va más allá de una cifra ó el color de una presea.

Eso sí, "Beto" no se cansa de repetir que siempre estuvo bien acompañado y que hay mucha gente a quien agradecer. "Tuve la gran suerte de estar siempre bien acompañado, con grandes profesores, entrenadores, jueces y juezas que dejaron sus huellas en todos estos años de trabajo. Ellos aportaron mucho y dejaron mucho en los alumnos y alumnas y las familias de ellos. Sin ellos, esto hubiera sido imposible de llevar adelante. Es imposible manejar todo solo y algo muy gratificante fue que el 99 por ciento fueron ex alumnos y alumnas que se quedaron a realizar su aporte en el gimnasio. Quiero aprovechar para agradecer tanto apoyo, esfuerzo y dedicación. Se pusieron la camiseta de la Escuela Patagonia y sería injusto en dar nombres porque fueron muchos en más de 30 años y seguro me olvidaría de alguien", remarcó Alberto, con mucha emoción.



Va siendo tiempo de la despedida y Alberto cierra la charla resumiendo su presente. “Estoy en el tramo final de la etapa de docente, cerca de la jubilación y firme con la gimnasia, disfrutando de la música con el bajo y la banda y no me quiero olvidar de la importancia de ir a la montaña y subirme al kayak, disciplina que me llevó a remar en los Fiordos chilenos y el Canal de Beagle. Pero si tengo que hacer un ránking de prioridades, en el primero está la familia y estoy muy agradecido y orgulloso de la que pudimos armar. Tengo una gran esposa e hijos maravillosos. Luego sigue el trabajo, la música, el montañismo y el kayak”, concluyó el destacado formador que con mucha voluntad y trabajo le dio solidez a un sueño, el de hacer conocida a la gimnasia artística y nunca dejar de enseñar. (TodoRoca)