Producción

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14/06/2020

Lúpulo en Alto Valle: reconfigurando la matriz productiva del área bajo riego

Un cultivo con larga historia en la zona, que busca expandirse con el dinamismo del sector cervecero.

En los últimos años se verificó un renovado interés hacia el cultivo del lúpulo, consecuencia de la expansión del sector craft (cervecerías artesanales), de la dinámica propia de la industria tradicional, y de la evolución de los cambios que están reconfigurando la matriz productiva del área bajo riego.

El objeto de atención de esta especie - por cierto de características singulares - está en la lupulina, un delicado polvo amarillento, resinoso, aromático, y de sabor particularmente intenso. Este compuesto, que puede apreciarse a simple vista en glándulas del interior de las flores femeninas, contiene ácidos amargos que confieren a la cerveza amargor y estabilidad, aceites esenciales que le brindan aroma, y taninos que favorecen la clarificación, estabilización y formación de espuma. Atendiendo este aspecto y dada su condición de especie dioica - o sea que hay plantas hembra y plantas macho - a la industria le interesa sólo el cultivo de ejemplares femeninos. Así, el lúpulo junto a la cebada, levaduras y agua, constituyen los componentes de base para la elaboración de la cerveza, bebida alcohólica preferida por los argentinos, que consumen en promedio 43 litros por persona por año -el doble del vino - y con niveles de sofisticación en aumento.

Alto Valle cuenta con una rica historia de experiencias e iniciativas con Humulus lupulus, actualmente acotadas a pocos establecimientos, el más importante en Fernández Oro y otros más recientes en Villa Regina; que junto a los de la Comarca Andina suman más de 160 hectáreas con una producción total de 300 toneladas, debiendo importarse otras 665 toneladas anuales para satisfacer el consumo nacional.

Haciendo foco en lo que ocurre en la etapa a campo, pueden señalarse algunas notas básicas. Se trata de una planta trepadora con una raíz o corona plurianual desde la que cada primavera brotan pequeños tallos con fuerte dominancia apical, que logran crecimientos por momentos vertiginosos, de casi 20 cm por día, ascendiendo espiraladamente en sentido horario alrededor de un tutor, normalmente hilo de fibra de coco. Al llegar a los 4 o 5 metros de altura y en coincidencia temporal con el solsticio de verano, dejan de crecer y expanden sus ramas laterales sobre las que abren las flores. Cuando éstas maduran, la parte aérea se cosecha y se traslada a la planta procesadora, quedando bajo tierra la corona que reiniciará el ciclo la primavera siguiente.

El factor ambiental clave es el fotoperíodo, ya que lo favorecen los largos y soleados días que se dan en latitudes entre 35 y 55º (Alto Valle se encuentra entre los 38 º 40' y 39º 20'). En cuanto a las temperaturas, los valores medios ideales durante el período estival se ubican entre los 18 a 22 ºC. Por su parte, las heladas tardías que generan pérdidas cada temporada a la fruticultura, no constituyen un riesgo significativo ya que la parte aérea, si bien es susceptible, se desarrolla desfasada respecto al período crítico. El granizo puede ocasionar daños aunque sin la magnitud de un producto cosmético como las frutas de pepita o carozo.

El clima local satisface la acumulación de horas de frío para salir del reposo invernal, y las escasas precipitaciones limitan la incidencia de Pseudoperonospora humuli, una de las más temidas enfermedades fúngicas en todas las zonas lupuleras del mundo, también presente en Argentina. Los vientos habituales del valle pueden causar daños mecánicos y deshidratación de flores si no se cuenta con barreras protectoras. Finalmente, la incidencia de plagas y enfermedades no es significativa si se compara con los frutales tradicionales, acotándose principalmente a ataques de arañuela roja común en periodos muy calurosos o fitóftora en situaciones de deficiencias de riego y drenaje.

El carácter intensivo en capital, tecnología y mano de obra del lúpulo, la condición de cultivo industrial que requiere articulación directa con la etapa de procesamiento, y las características de su oferta y demanda, requieren que - como ocurre en cualquier otra actividad – además de lograr calidad y buenos rendimientos tranqueras adentro, el productor primario pueda integrarse adecuadamente con los subsiguientes eslabones de la cadena, tanto en el proceso de transformación como en el de comercialización, a fin de dar sostenibilidad a la producción. (INTA/TodoRoca)