16/09/2018

El sentido a nuestras heridas

El sentido a nuestras heridas
El sentido a nuestras heridas
Hoy sumamos al psicólogo Gustavo Marín. No te pierdas su primera columna en TodoRoca.com

Nos pasan cosas que no esperábamos, que nos han herido, que nos han dejado marcas, que nos llenan de dolor, enojo, resentimiento, tristeza.

Y también está lo que esperábamos que nos pasara y no nos pasó.

Podemos pensar que la vida es injusta, que pasan cosas sin sentido, que todo es una gran locura. Es legítimos pensar esto, el dolor a uno lo ciega, y queda a merced del primer pensamiento que surge.  Y aun así podemos seguir adelante, poner el foco en otras cosas, las que sí nos salen, y olvidamos nuestras heridas, o las recordamos de vez en cuando, nos quejamos un poco, nos sacudimos el polvo y abrimos los ojos al nuevo día. Y así andamos con las heridas en la mochila.

Nuestras heridas personales tienen que ver en parte con no sentirnos queridos, aceptados por nuestra familia, ya sea en la infancia o en la adultez, y esto expresado de manera no tan explícita o sí, con maltratos, abandonos, abusos, indiferencia, exclusión, críticas.  

La pareja también es un ámbito donde surgen hondas heridas, ya sea por separaciones, o una relación conflictiva crónica, o engaño, no confianza o temores ocultos que paralizan, insatisfacción, mandatos, dependencia, problemas por las familias de cada uno, o por los hijos. Como así también personas que están sin pareja y desesperan, o con relaciones insatisfactorias, sin el compromiso esperado. Otras heridas se relacionan con el no sentirnos bien en el ámbito laboral, que no brinda el adecuado desarrollo personal,  o aunque nos guste, nos estresa, o las relaciones del trabajo son altamente nocivas.

Notamos nuestra herida cuando  enfermamos, y sentimos que no hay mucho que hacer ya que hemos perdido la salud de antes. Ya sea una enfermedad física, o psicológica como una depresión, o un trastorno de ansiedad, o adicciones. Otra variante de nuestras heridas es cuando fallece o enferma alguien sumamente significativo para nosotros. Y algo que quizás no es visto como herida, pero lo es, cuando sentimos que tenemos todo, y sin embargo, no nos sentimos felices, nos falta alegría, andamos ansiosos, y hasta tenemos episodios de angustia profunda, con la consecuente culpa por sentirnos así.

Hay quienes quedan pegados a sus heridas, y eso los deja estancados, como dice Joan Garriga “…hay personas que se enamoran de sus heridas”. Y se vuelven en eternas víctimas, en donde la queja es su continua expresión.

La sociedad ha desarrollado gran cantidad de dispositivos para paliar nuestras heridas, y así tenemos muchos distractores, entretenimientos, y con más razón en esta época tecnológica. También están las drogas, las legales desde el alcohol, la comida y los psicofármacos, y la ilegales que siempre están al alcance de la mano.

El consumismo es un gran aliciente para calmar nuestras heridas, pero estas nunca se resuelven, porque no se las mira, se las tapa.

No sabemos qué hacer con nuestras heridas, la educación que recibimos las ha negado siempre y por ello nunca nos ha brindado herramientas para afrontarlas. Y ante esta actitud de negación, cuando nos sucede algo que nos hiere y va en contra de nuestros planes tendemos a pensar: ¿Por qué a mí? –El Universo está en mi contra-. –La vida es injusta conmigo-. -Algo malo debe haber en mí que me pasa esto-. –Vine nada más que a sufrir a este mundo-.  ¿Será mi karma?

Este tipo de pensamientos es sumamente común en estas situaciones, y en general consideramos natural tenerlos, pero los pensamientos, aunque surjan automáticamente, son productos de nuestra mente, que fue domesticada por esta sociedad materialista que no promueve una visión espiritual y profunda de la vida. Pensar así nos hace sentir impotentes, víctimas de la vida, desbordados, enojados y temerosos. Y cuando pensamos así, empeoramos más la que nos pasa.

El psiquiatra judío Víctor Frankl, expresó: «El hom­bre está dispuesto y preparado para soportar cualquier sufrimiento siempre y cuando pueda encontrarle un significado». Frankl fue detenido por los Nazis y pasó largo tiempo en los campos de  concentración y llegó a la conclusión que para sobrevivir a tanta injusticia se requiere encontrarle algún sentido a la vida y un significado a las experiencias dolorosas, y que esto es mucho más determinante para sobrevivir a esas experiencias brutales, que el tener buena salud o fuerza física.

Víctor Frankl agrega: “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.

Quizás este sea el primer paso, de no sentirnos víctima del sufrimiento, de poder saber que siempre podemos escoger adoptar alguna actitud ante lo que nos pasa, que nuestro poder no reside en controlar lo que nos sucede, sino en cómo nos comportemos ante lo que nos ocurre, y esto es lo que nos devuelve el poder sobre nuestra propia vida.

A muchas de las cosas que nos pasan en la vida, no le encontramos un significado en el momento que sucede. Esto no quiere decir que debemos pensar en “positivo” (todo va a ir bien) o tener pensamientos mágicos (todo es maravilloso). La idea es adoptar una nueva visión que, aunque al principio, de manera inevitable juzguemos que lo que nos sucede es una injusticia, con más calma consideremos que no es algo que solo me pase a mí, pensar que las cosas que me pasan son porque existo, porque soy un humano en evolución, y todos tenemos nuestra cuota de herida.  

Además, aunque sufra (y eso no pueda cambiarlo), eso no implica que algo saludable pueda hacer para empezar a conectar con ese dolor, cómo aprender a tolerarlo, compartirlo, expresarlo, pedir ayuda a profesionales o a alguien que ya haya pasado por lo mismo o algo similar. Entonces las heridas son parte de la vida, y nuestra actitud ante ellas marcará la diferencia. Y esa actitud, dependerá que no dejemos que nuestros pensamientos nos victimicen, o nos deprima por su tono negativo.

En definitiva la nueva visión  es considerar a las heridas como inevitables y que cumplirán su misión, si lo permitimos, de darnos un impulso para nuestra evolución espiritual, pudiendo considerar que cada herida conlleva una “lección de vida”, una lección a aprender y descubrir.

Elisabeth Kübler-Ross en su último libro “Lecciones de vida” (2002), hace alusión a esta visión, y lo que requerimos para poder acceder a ella, y dejar de tapar y resistirnos a nuestras heridas:

“En general queremos dominar las situaciones y que las cosas sucedan a nuestro modo, y consideramos que acción es igual a fortaleza, y pasividad a debilidad. No tenemos por qué darnos cabezazos contra la pared ante determinadas situaciones. Si tenemos que luchar de continuo, es posible que el universo nos esté intentando decirnos algo. Debemos relajarnos. No tenemos que aferrarnos a los empleos, las relaciones o las situaciones. Simplemente, podemos relajarnos y tener en cuenta que la vida será tal como debe ser.

La señal para que nos rindamos nos llega cuando estamos agotados por intentar controlar una situación o ganar una batalla. Nos rendimos para liberarnos de esa mortal tenaza, para dejar de preocuparnos, para abandonar esa lucha continua que resulta tan destructiva, que nos impide vivir el momento… La resistencia nos provoca miedo, y éste nos hace creer, de forma equivocada, que debemos controlar todos los aspectos de nuestra vida en todo momento.” (Pág.199-201)

Kübler-Ross plantea la diferencia entre rendirse y darse por vencido, lo cual es algo a tener en cuenta porque tendemos a fundir ambos conceptos (ponerlos en la misma bolsa), tendemos a usarlos como sinónimos, reduciendo todo a “ser débil”, “facilista” o “no comprometerse con la vida”, dando por resultado el seguir en la lucha que nos agota, nos consume y decidimos no entregarnos a lo inevitable. También expresa que lo que nos impide “rendirnos” es nuestra tendencia al “control”.